No es habitual.
No es habitual que un completo desconocido, un autor novel del que nadie ha oído hablar, irrumpa en un género tan saturado como la fantasía épica y lo haga, no con un ariete, sino con un laúd.
Patrick Rothfuss acaba de publicar ‘El nombre del viento’, y me atrevo a decir, con la tinta todavía fresca, que acabamos de asistir al nacimiento de una nueva leyenda. Y no me refiero solo a la de su protagonista, Kvothe.
Llevo años leyendo fantasía. He crecido a la sombra de Tolkien, he aprendido moralidad con Le Guin y he disfrutado de la complejidad de Jordan. Pero hacía mucho tiempo que una novela no me recordaba que la fantasía, antes que épica, es literatura.
Rothfuss no ha escrito un libro de batallas. Ha escrito una sinfonía.
La estructura es una delicia: una historia dentro de una historia. El posadero Kote, un hombre aparentemente gris que regenta una posada perdida, accede a contar su verdadera historia a un cronista. Y esa historia es la de Kvothe: el mito, la leyenda, el héroe, el villano. El niño prodigio de una familia de artistas itinerantes, el superviviente, el estudiante de lo arcano.
Lo que eleva a ‘El nombre del viento’ por encima de todo lo que he leído en la última década es su prosa. Es lírica sin ser pomposa. Es precisa sin ser fría. Rothfuss entiende el poder de la música, y su libro suena. La magia (la «simpatía», el «nombre» de las cosas) no es un simple deus ex machina de bolas de fuego; es un sistema complejo, casi una ciencia universitaria, que se siente real, tangible.
El mundo que construye (la Universidad, Imre, Tarbean) no se nos presenta con un mapa y un índice onomástico; se despliega ante nosotros a través de los ojos de Kvothe. Y qué ojos. Sí, Kvothe tiene mucho de arquetipo: es un genio, es un músico sin parangón, es un héroe trágico. Pero está tan bien escrito, su voz es tan poderosa, que nos lo creemos todo.
Este libro es un tratado sobre el poder de las historias. Sobre cómo se construyen las leyendas y cómo la realidad palidece (o se engrandece) a su lado.
Acabo de terminarlo y la sensación es de vértigo. Es solo el primer día. El primer acto de una ópera que promete ser generacional. Apunten este nombre: Patrick Rothfuss. Acaba de nacer una estrella. Aunque con la racha de predicciones que llevo a lo peor le gafo.


