HOPE

Hacía décadas que una imagen política no se convertía en arte. O quizá sea al revés: hacía décadas que el arte no se convertía en una herramienta política tan poderosa.

Seamos sinceros: en nuestra era, el diseño gráfico se ha convertido, casi exclusivamente, en una herramienta para vender cosas. Vender refrescos, vender zapatillas, vender coches o vender el branding de una corporación. Hemos asumido que el arte gráfico es un sinónimo de publicidad. Hemos domesticado su poder subversivo. El diseño dominante actual, el de la Web 2.0 que tanto criticamos, es el diseño del botón «glossy», del reflejo perfecto, del branding corporativo inofensivo. Es un diseño hecho por comités para optimizar conversiones, no para provocar revoluciones.

Y entonces, llega un tipo llamado Shepard Fairey (sí, el de la pegatina «OBEY» y el gigante André) y, casi de la noche a la mañana, su cartel de Barack Obama lo inunda todo. Primero fue «Progress», luego «Hope». Y ha trascendido. Y no ha trascendido porque la campaña lo haya empujado; ha trascendido porque la gente se lo ha apropiado. Viene del street art, no de una agencia de Madison Avenue. Lo vemos en chapas, en avatares de MySpace, en camisetas. Se ha convertido en folk art de la era digital.

Lo que estamos viendo no es un anuncio. O al menos, no lo era en su origen (fue una iniciativa del propio artista). Es un fenómeno que nos retrotrae a la edad de oro del cartelismo político.

La historia del arte está llena de imágenes creadas para mover a la acción. Pienso en los constructivistas rusos, como Rodchenko o El Lissitzky, usando la geometría y el fotomontaje para vender la Revolución. Pienso en los carteles de la Guerra Civil Española. Pienso en el arte-propaganda de las vanguardias. Pienso en el icónico «We Can Do It!» de J. Howard Miller, que pasó de propaganda interna de Westinghouse a símbolo feminista global. Y sobre todo, pienso en la imagen por excelencia del revolucionario: el Che Guevara de Korda, filtrado por Jim Fitzpatrick. La obra de Fairey es la heredera directa de esa iconografía.

Fairey bebe directamente de esa tradición. Su estilo, que reduce el rostro de Obama a una paleta limitada de tres colores (rojo, beis y dos tonos de azul), es un heredero directo de ese reduccionismo gráfico. Es un estilo pensado para ser icónico, memorable y, sobre todo, reproducible. Es arte de guerrilla. Pero hay más. La técnica nos recuerda inevitablemente a Andy Warhol y al Pop Art, que tomaba lo comercial (una lata de sopa, un rostro de actriz) y lo elevaba a arte. Fairey invierte el proceso: toma el lenguaje del Pop Art y lo devuelve a la arena política. Al reducir el rostro a planos de color, despoja a Obama del individuo y lo convierte en un arquetipo monumental. Es menos un hombre y más un símbolo.

En una época cínica, donde toda imagen parece esconder un interés comercial, el póster «Hope» ha roto el tablero. No nos está vendiendo un producto que podamos comprar (aunque ahora se vendan miles de copias), nos está vendiendo una idea abstracta. Y lo hace con una fuerza visual que desarma. Estamos tan entrenados para deconstruir cualquier imagen, para buscar el logo oculto o el interés comercial, que nuestra mente cínica del siglo XXI no sabe qué hacer con «Hope». No nos pide que compremos nada. No nos promete un descuento. Simplemente, nos pide que aspiremos. Compara esto con cualquier otro material de campaña, con esas sonrisas forzadas y banderas ondeando. Este póster no vende a un político; vende el concepto de la política.

Esa mirada perdida hacia arriba, ese gesto sereno que proyecta futuro, acompañado de una sola palabra, «ESPERANZA». Es de una simpleza brillante.

Esto no es un logo de campaña diseñado por un comité en una agencia de publicidad. Esto es un artista usando sus herramientas, no para vender, sino para inspirar, para agitar, para mover a la acción. Es el diseño gráfico volviendo a sus raíces más nobles: ser un motor de cambio social.

Gane o no gane Obama, esta imagen ya ha ganado. Ya es la «Gioconda» de la política del siglo XXI y un recordatorio de que, a veces, un cartel no es solo un cartel. Es un símbolo.