He necesitado unas semanas. Vi ‘WALL·E’ el día de mi cumpleaños, en plenas vacaciones, y desde entonces he estado intentando ordenar las ideas. Ahora, ya de vuelta a la rutina, con el moreno (sic) desapareciendo, tengo una certeza absoluta: acabo de ver una obra maestra.
Y tengo unas ganas locas de volver a verla.
Hasta hoy, si alguien me preguntaba por mi película de animación favorita, la respuesta era automática: ‘El Rey León’. Era un pilar de mi infancia, un tótem intocable. Bueno, pues el pilar se ha movido. ‘WALL·E’ ha llegado y ha desbancado a Mufasa, a Simba y a todo el ciclo de la vida. Desde ese día de agosto, ‘WALL·E’ es, y creo que ya para siempre, mi película de animación favorita.
Vaya apuesta la de Pixar. Vaya locura. ¿Una película de ciencia ficción (casi) muda? ¿Una historia de amor entre dos robots que solo dicen sus nombres? ¿Un primer acto de 30 minutos sin un solo diálogo humano, que es puro cine mudo, pura comedia física a lo Buster Keaton? ¿Y todo esto en un producto veraniego para «todos los públicos»?
Es magistral. No tengo otra palabra.
El arranque de ‘WALL·E’ es, sencillamente, una de las cosas más bellas, tristes y perfectas que he visto en una pantalla. Es ciencia ficción pura. Es ‘Soy Leyenda’ (el libro, por favor) mezclado con ‘2001: Una odisea del espacio’. Es la desolación de un planeta muerto contada a través de los ojos de un pequeño robot oxidado cuya única compañía es una cucaracha y una vieja cinta VHS de ‘Hello, Dolly!’.
Y funciona. Vaya si funciona. En diez minutos, sin una palabra, entiendes su soledad, su trabajo, su anhelo. Te ha robado el corazón.
Y entonces llega EVE. Y la película se convierte en una historia de amor. Y luego se convierte en una space opera. Y en una sátira feroz sobre la humanidad, sobre el consumismo, sobre nuestra propia estupidez como especie, con esos humanos obesos que han olvidado cómo andar.
Es una película que lo tiene todo. Es tierna hasta doler, es visualmente apabullante (esos planos del ‘Axiom’, ese baile espacial) y es, sobre todo, increíblemente inteligente. Es cine para niños que trata a los niños como adultos, y cine para adultos que nos recuerda lo que significa ser humano.
Una obra maestra. Qué suerte tenemos de vivir en la misma época que Pixar.


