Ya está. Se acabó.
He cerrado la última página de «La reina en el palacio de las corrientes de aire» y tengo esa sensación de vacío que solo te dejan las grandes historias. Ese silencio que se queda en casa cuando se va el último invitado de una fiesta increíble.
Qué viaje. Qué absoluto y jodido viaje.
Si el primer libro fue la sorpresa y el segundo la furia, este tercero es la consecuencia. Es un libro judicial, un ‘thriller’ político. Larsson vuelve a cambiar de tercio. Después de ese final de infarto, de… bueno, de eso (no hago ‘spoilers’, pero sabéis de qué hablo), temía que no pudiera mantener el ritmo.
Y lo que hace es frenar. Pero frenar bien.
Dedica la primera mitad del libro a atar cabos, a mover las piezas por el tablero. Lisbeth, postrada en una cama de hospital, sigue siendo el personaje más activo de la novela. Es alucinante cómo Larsson consigue que un personaje que no se mueve siga siendo el puto centro del universo.
Y mientras, Mikael Blomkvist, desde la redacción de Millennium, orquesta la gran venganza. Ya no es solo salvar a Lisbeth, es salvar la idea de justicia. Es cargarse a «la sección», a esos viejos dinosaurios que huelen a naftalina y a fascismo.
Devoré el libro, pero de otra manera. No era la ansiedad del segundo, era la necesidad de ver cómo se cerraba el círculo. De ver a Lisbeth en el juicio. De verla, por fin, ganar.
Y vaya si gana.
Terminar esta trilogía es… extraño. Siento que he vivido con esta gente. He querido ser Blomkvist, me he enamorado (de esa forma rara que ya confesé) de Salander. He odiado a su padre, a su tutor, a cada pieza de ese sistema podrido.
Y ahora, se acaba. Y se acaba de verdad.
No habrá más. La tragedia de Stieg Larsson, que he mencionado en cada uno de estos posts, ahora golpea con más fuerza. Porque ya no hay más material. Nos ha dejado tres novelas perfectas, un universo cerrado y la sensación de que tenía mucho más que contar.
Me da igual lo que hagan después, las secuelas o lo que sea. Para mí, Millennium son estos tres libros. Es esta historia.
Y ahora, no sé qué demonios voy a leer.


