Desnaturalización de la izquierda en cuatro actos

En bioquímica, la desnaturalización es un cambio estructural de las proteínas o los ácidos nucleicos, mediante el cual pierden su estructura nativa y, por tanto, su óptimo funcionamiento. A veces, también cambian sus propiedades físico-químicas.


ACTO I

Calle Ferraz 68, Madrid

Mayo de 1999

El ambiente de la sala de prensa de la sede del PSOE es tenso. La decoración es sencilla: un centenar de sillas, una mesa con los micrófonos preparados y un cartel con fondo rojo en el que se lee el eslogan “Contigo”. Josep Borrell entra en la sala con un traje azul marino en el que las hombreras no se limitan a la propia longitud de su espalda; le caen por los lados como símbolo inequívoco de un hombre derrotado. Se agarra con ambas manos a un folio en el que tiene escrito el discurso con el que anunciará que deja de ser candidato socialista. Un escándalo fiscal de dos colaboradores como argumento principal y, como argumento secundario, todavía más poderoso, un continuo movimiento de sillón del aparato felipista del partido. Borrell, un candidato elegido en primarias de manera democrática, es apartado por sus propios compañeros, haciendo tremendamente sarcástico el eslogan que preside la pared del fondo de la sala.

Joaquín Almunia comparece después. No hace falta una descripción del personaje, ni siquiera una foto: en el imaginario colectivo ya es un hombre derrotado. Todos saben, en la sala y en el país, que fue derrotado en las primarias, contra todo el apoyo del partido y contra todos los pronósticos. No puede ganar unas elecciones así, y aún menos después de la traición a lo que habían elegido democráticamente sus bases. Es una carga de profundidad que irá estallando en fases con el paso de los años. Ésta es solo su primera detonación: las elecciones se saldarán con la mayoría absoluta del PP. El PSOE no volverá a convocar unas primarias hasta 2014, diecisiete años después, y pasará, a pesar de gobernar durante ocho años, al ostracismo.


ACTO II

Universidad Complutense de Madrid

Enero de 2014

Acabo de terminar una de mis pocas clases de este semestre. No entiendo cómo no soy aún rector de esta universidad. He quedado con Íñigo y con Juan Carlos. Este país necesita un partido que revitalice la izquierda. Las dos legislaturas de Zapatero han acabado sembrando en la opinión ciudadana la idea de que el PSOE y el PP no se diferencian más que en los colores. Cayo Lara ha empeorado aún más la imagen antediluviana que proyectaba Izquierda Unida. Nos ofrecimos para trabajar juntos, pero no quisieron.

—¡Que se queden con su bandera roja, yo quiero ganar! —grito en medio del pasillo.

Íñigo aparece con esa cara de no haber roto nunca un plato; todos le confunden con un estudiante de primero. Juan Carlos, en cambio, parece el eterno profesor: gafas de intelectual, camisa de franela y chaleco de pana.

Juan Carlos se lleva el índice a la boca con un gesto de estudiada pose intelectual hasta que nos explica:

—Tenemos que devolver el poder a la gente.

Sin duda, todos estamos de acuerdo. El poder nacido del 15M tiene que materializarse en una candidatura política. Yo soy un personaje conocido: pasé de La Tuerka a La Sexta Noche y ahora todo el mundo sabe quién soy. De hecho, aún no saben que planeo poner mi foto como isotipo en las papeletas. El nuestro tiene que ser un partido democrático en el que las bases lo decidan todo. Íñigo tiene claro el modelo de partido:

—La organización en círculos, en los que todos podamos debatir las ideas con militantes y simpatizantes, es la base de nuestro sistema. Tenemos que movilizar a un país en el que la gente tiene poca militancia.

Tiene razón. Los partidos tradicionales son demasiado inmovilistas; todo lo decide la dirección, y sus miembros hacen verdaderas genuflexiones ideológicas según convenga en cada caso. Se ha robado el poder a la gente, y el ansia por el asiento atenaza a los políticos que temen que las decisiones de la ciudadanía les dejen sin tan preciado sillón. Eso no podrá pasarnos a nosotros.


ACTO III

Palacio de Vistalegre, Madrid

Octubre de 2014

La gente entra al Palacio de Vistalegre con una emoción incontenible. La mera elección del lugar en el que se celebrará la Asamblea Ciudadana de Podemos es tremendamente poderosa. Vistalegre es territorio del PSOE, partido del que fueron militantes muchos de los que van entrando al evento. El grupo es heterogéneo: el apelativo por el que durante tiempo fueron conocidos —“perroflautas”— hace tiempo que lo dejaron atrás. Hay muchas personas que podrían definirse con ese apelativo, pero también hay jubilados y parejas jóvenes con sus hijos. Una pareja de mediana edad se abraza con los ojos fuertemente cerrados.

El color morado lo preside todo. El omnipresente círculo blanco hace contraste en toda la escenografía preparada para la ocasión. En los días sucesivos, esa emoción contenida no hará sino desatarse. La gente se alboroza cuando oye: “Las elecciones no las gana un secretario general ni tres, las gana la gente”, grita Teresa Rodríguez, o cuando, con su calma habitual, Pablo Echenique se compromete: «Podemos no quiere ni debe parecerse a los partidos de la casta». Este tremendamente heterogéneo grupo entiende que, esta vez, es verdad. Una izquierda real se está formando, y todos se sienten muy especiales por formar parte de este momento histórico.


ACTO IV

Palacio Valdés 4, Valladolid

Diciembre de 2016

María está sentada en una mesa al fondo de la modesta sede de Podemos en Valladolid. Lleva una blusa beige en la que destaca, cuanto es posible, una chapa morada del partido que lleva sobre el corazón. María está metiendo en una caja todo lo que ha ido acumulando desde que, en julio del pasado año, se inaugurara la sede.

—Estoy decepcionada —dice apesadumbrada—. Yo estuve en Vistalegre, y nada queda ya de aquellas ideas.

Los ojos se le llenan de lágrimas, pero se afana en evitar que se desborden.

—Haz balance de estos años. Prometimos el poder para el pueblo y ahora nos peleamos por evitar que ellos tomen decisiones.

Se refiere a las luchas intestinas de los últimos meses entre el bloque errejonista y el iglesista, y también a los innumerables problemas en organizaciones provinciales como la de Álava.

—Me duele decirlo —afirma mientras ya no puede contener las lágrimas—, pero nos hemos convertido en casta. Las pobres explicaciones de Espinar, las absurdas peleas entre las ya innumerables facciones del partido… Hay mucha gente de izquierdas que ni siquiera se atrevía a votarnos cuando representábamos algo. ¿Qué nos queda ahora?

¿Qué le queda ahora a la izquierda? Es una izquierda desnaturalizada: ha perdido su estructura y su esencia nativa. Si la izquierda representa el progreso y la democracia del pueblo, y en los tres partidos mayoritarios se suceden las luchas a cuchillo por el poder, relegando cada vez más lo que opinan las bases… ¿En qué principios ideológicos se apoyarán para conseguir el voto?