Hasta siempre princesa

Ayer se nos fue para siempre la persona: Carrie Fisher nos dejaba cuando parecía que había superado el infarto del pasado viernes. El personaje, la Princesa Leia, es eterno. Carrie Fisher ha muerto. Lo escribo de nuevo porque me cuesta hacerme a la idea. Esta mañana he llorado un poquito. No me importa reconocerlo: soy bastante llorón y bastante mitómano a la vez. He perdido seres queridos en la vida real y es devastador, pero son tus seres queridos; tienes que llorar cuando los pierdes para siempre. En cambio, hay algo absurdo en llorar por la pérdida de una persona a la que nunca has conocido, y por eso, reconociéndome absurdo en ese llanto, he querido entender por qué no podía contener esas lágrimas.

Quizá es simplemente que Leia significa —en presente— mucho para millones de personas. La queremos como a una de los nuestros y lloramos su pérdida como a uno de nuestros seres queridos. Puede simplemente que me dé pena contemplar el rostro de una Leia joven, una Carrie de 19 años llena ya de demonios interiores, sabiendo ahora lo que el futuro le deparará en forma de adicciones, bipolaridad y fracasos de todo tipo. O será, sencillamente, que cuando alguien como Carrie Fisher, tan absolutamente ligada a un personaje como Leia, nos deja, nos hace constatar que la muerte sigue ahí. No distinguimos a la persona del personaje. Cuando vemos a Leia Organa en la pantalla, sabemos que siempre se mantendrá a salvo. Entonces llega la realidad y nos revela a los freaks que la vida está aquí fuera y que es, a veces, miserable. Nos recuerda, pertinaz, que la Fuerza no nos acompaña ni somos uno con la Fuerza, precisamente hasta el final.

Hasta siempre, Princesa. Que la Fuerza te acompañe, Carrie.