¿Habéis leído algún libro más de una vez?
Soy un animal de costumbres. Lo reconozco sin pudor y, de hecho, casi con orgullo. En un mundo obsesionado con la novedad, con el «qué será lo próximo», con la lista interminable de series por ver y libros por leer, aferrarse a lo conocido es casi un acto de rebeldía.
Como millones de personas en el mundo, le doy una vuelta entera a Friends cada año, al menos una vez. Es un ritual. Es el ruido de fondo perfecto mientras cocino o recojo. (Ahora mismo, por ejemplo, Joey acaba de llegar a Las Vegas para rodar esa película que será su «gran oportunidad», y todos sabemos cómo acaba eso). Es un lugar cómodo, conocido, un refugio donde sabes que nada malo va a pasar. Conoces cada chiste, anticipas cada pausa de Chandler, y aun así, te ríes. O, al menos, sonríes. Es el equivalente audiovisual de la comida casera.
Pues bien, desde hace años hago exactamente lo mismo con un libro.
Tengo una «montaña de la vergüenza» (esa pila de libros pendientes) tan alta como cualquiera, pero la verdad es que, por la noche, no siempre me apetece ponerme a prueba. No siempre quiero un desafío intelectual, ni un giro de guion que me deje el corazón en un puño.
Tengo un «libro seguro».
Si por la noche estoy leyendo algo que me está interesando demasiado (y me activa en lugar de relajarme) o demasiado poco (y me frustra), lo dejo. Sin culpa. Cojo el Kindle, busco en la biblioteca y me voy a mi verdadero hogar literario.
Ese libro es «Una breve historia de casi todo» de Bill Bryson.
Lo he leído, sin exagerar, más de 30 veces. Es mi lugar feliz y tranquilo. Lo uso casi todas las noches para dormirme. A veces ni siquiera lo leo en orden. Simplemente lo abro por una página al azar y me regalo una microdosis de asombro antes de apagar la luz. Puedo anticipar las frases antes de leerlas. Sé perfectamente cómo va a explicar la formación del universo, o la locura de los quarks, o la lentitud absurda de la tectónica de placas.
Y no me canso. NO ME CANSO.
La forma de escribir de Bryson es… todo. Es el tono. Es esa capacidad de coger algo increíblemente complejo (como la física cuántica, la geología o la biología celular) y hacértelo entender, no como un profesor, sino como ese amigo listísimo que sabe contarlo con gracia y con anécdotas sobre científicos excéntricos. Es aprender sin el esfuerzo de estudiar. Es esa curiosidad infinita por el mundo que resulta contagiosa y, extrañamente, muy reconfortante.
Por supuesto, he leído todos sus demás libros. «El cuerpo humano», por ejemplo, también lo he releído varias veces y es una obra maestra absoluta, un viaje alucinante a ese universo que llevamos dentro. Pero «Casi todo»… ay, «Casi todo» es otra cosa.
Quizá sea el alcance. «El cuerpo humano» es fascinante, pero «Casi todo» te saca de ti mismo. Te recuerda lo increíblemente grande que es todo, lo absurdamente improbable que es que estemos aquí, y de alguna manera, eso hace que los problemas del día a día parezcan un poco más pequeños. Es el libro que mejor pone las cosas en perspectiva.
Es mi ancla.
En un mundo que no para de gritar «¡NUEVO, MIRA, MÁS RÁPIDO!», volver a un libro seguro es un acto de autocuidado. Es un recordatorio de que no pasa nada por parar y disfrutar de algo que ya sabes que te gusta.
No sé si a vosotros os pasa, pero si no, solo os puedo desear una cosa: ojalá encontréis vuestro propio libro seguro. Ese lugar al que volver cuando el mundo de fuera (o el libro que estáis leyendo) se pone demasiado difícil.


