Ha vuelto a pasar. He terminado «Proyecto Hail Mary» otra vez. Creo que es la sexta vez que lo leo. O quizá la séptima, ya he perdido la cuenta.
Hace un tiempo escribí sobre tener un «libro seguro», ese lugar feliz al que volver casi como un ritual, que para mí es «Una breve historia de casi todo» de Bill Bryson. Pero aquello es no-ficción, es como poner un documental de fondo mientras te duermes. Es confortable, pero pasivo. Con la ficción nunca me había pasado. Siempre he sido de la opinión de que la vida es demasiado corta y hay demasiados libros esperando en la estantería como para repetir. Normalmente, si ya sabes el final, si la sorpresa ha desaparecido, la relectura pierde fuelle.
A menos, claro, que el viaje sea tan espectacular que el destino sea casi lo de menos.
Y ahí es donde entra Andy Weir.
Solo me ha pasado con «El Marciano» y, ahora de forma casi obsesiva, con «Proyecto Hail Mary». Volver a esta novela no es solo releer, es visitar un sitio que me fascina. Y ahora que llevo un tiempo intentando escribir mi propia novela (bajo el seudónimo de Isabel Acero), cada relectura es una clase magistral que me deja nuevas notas en los márgenes.
Me he dado cuenta de algo que me obsesiona, algo que conecta directamente con mi propio bloqueo como escritor. En mi borrador, cuando salto al pasado, escribo literalmente la palabra «Flashback». Como un guionista novato. Lo hago por miedo. Miedo a que el lector se pierda, a que no sepa dónde está o de qué estoy hablando. Es una muletilla de escritor inseguro.
Al releer a Weir, me he dado cuenta del error. Él salta del presente al pasado, de la nave en mitad del espacio a la Tierra, sin pausas, sin avisos, a veces en mitad de un párrafo. Y no solo no pasa nada, sino que la inmersión es total. El lector lo sigue. ¿Cómo sabía yo que estábamos en el pasado? Por el contexto. Por una simple línea de diálogo. Weir no te saca de la historia con un cartel de neón que pone «OJO, RECUERDO».
Es que Weir trata al lector como una persona inteligente.
Y este, para mí, es su verdadero secreto, más allá de toda la ciencia. En una época que tiende a simplificarlo todo, a dárnoslo todo masticado, Weir hace exactamente lo contrario. No tiene miedo de usar tecnicismos de astrofísica, biología especulativa o pura ingeniería. No teme que no lo entiendas. Confía en que, si no pillas el detalle, captarás la esencia. Presupone que eres capaz de atar cabos.
Es un respeto profundo por su público. Te hace sentir cómplice, te invita a resolver el puzle con él. Te hace sentir inteligente. Es una seguridad tremenda en su obra. Esta relectura me ha hecho borrar un montón de etiquetas de «Flashback» de mi manuscrito y reescribir esas transiciones, confiando en que la historia se sostiene sola. Tengo que dejar de tratar al lector con condescendencia.
Ahora, la noticia es que hay una película en camino. Y el listón, claro, está por las nubes. La adaptación de «El Marciano» superó todas mis expectativas. Fue una de esas raras veces en las que la película no solo respeta el material original, sino que lo eleva. Ridley Scott entendió que la tensión no estaba en explosiones, sino en el método científico, en ver a un tío listo solucionar problemas imposibles solo con su ingenio.
Con «Proyecto Hail Mary», el reto es doble. El protagonista (que será Ryan Gosling, lo cual me parece un acierto) es una parte, pero la otra… bueno, los que han leído el libro saben a qué me refiero. El desafío de la película es clavar esa relación. Ahí está el alma del libro, mucho más que en la ciencia. No es solo un «blockbuster» de salvar el mundo.
Así que sí, estoy deseando ver lo que han hecho con esto. Pero con ese miedo sano del fan que ha releído el libro seis veces. Ojalá lo consigan. Ojalá entiendan por qué este libro ha hecho que un tipo como yo rompa su regla de «no releer ficción». Ojalá.


