Berghain

Recuerdo perfectamente el día que recibí un mensaje de mi hermano en el que me enlazaba el vídeo de “Malamente”. Lo abrí, escuché desganado la canción y volví a poner en Apple Music lo que fuera que estaba escuchando. Recuerdo igualmente el día que mi amiga Demel me mandó una foto de la portada de “El Mal Querer” en Times Square. Igualmente pensé: «todo este jaleo que ha montado Sony por otra reggaetonera/trapera… no podía entenderlo». La explicación a todo eso tiene un nombre:

Prejuicios.

Como escucho unas 8 horas de música al día, suelo escuchar muchísimos discos nuevos y creí que, a pesar de los prejuicios, podía escuchar “El Mal Querer” y ver qué era eso y quién era Rosalía. Tuve los ojos como platos durante una hora, y después lo volví a escuchar. Después lo volví a escuchar otra vez. Y otra vez. Era un viernes. El lunes llegué al trabajo y comenzó mi labor evangelizadora de Rosalía, que a día de hoy no ha terminado. (Como si ella lo necesitara)

“El Mal Querer” salió en noviembre y en menos de dos meses se colaron TODAS las canciones entre lo más reproducido de mi año (e insisto en que escucho una media de 3000 horas de música al año y miles de canciones diferentes). Es una pieza de orfebrería musical que no te acabas. No es hype en Internet, no es postureo, no es marketing: es que Rosalía es una genio.

“Motomami” me entró mal. Me entró mal de verdad. Habían vuelto los prejuicios después de todo lo que vino después de “El Mal Querer”. De nuevo, Rosalía la artista urbana latina más comercial, haciéndome pensar que “El Mal Querer” fue un one hit wonder, una especie de milagro que no se volvería a repetir. Incluso el machista que llevo dentro apareció un momento, haciéndome dudar si la influencia de C. Tangana en “El Mal Querer” era mayor de lo que pensaba y, sin él, Rosalía estaba perdida. Entendedme, por favor: es que escuché “Saoko” y casi me da un síncope. Ahora amo esa canción pero…

Prejuicios.

“Motomami” es un tótem. No te lo acabas. No es perfecto. No es “El Mal Querer”, del que nunca me salto ninguna canción y que escucho en riguroso orden. Hay momentos en los que se me escapa la intención de Rosalía. Te miro a tí «Abcdefg».

Corte al lunes, 27 de octubre, a las 17 de la tarde. No sé lo que voy a escuchar. Entre la salida de “Motomami” y este adelanto de “LUX”, Rosalía ha hecho alguna de mis canciones favoritas de siempre. Ha colaborado con su santísima divinidad Björk en “Oral” y se rumorea que Björk le devolverá la colaboración en este disco. No hay prejuicios, solo hay hype, muchísimo hype.

Llegan las 17 de la tarde y de nuevo se me abren los ojos y se me cae la mandíbula. Rosalía juega en otra liga, ni siquiera juega al mismo deporte. Abre con una orquesta sinfónica una canción cantada en inglés, alemán y español. Era cierto el rumor, Dios le devuelve la colaboración. Una canción cuyo último verso dice: “te voy a follar hasta que me quieras”, mientras la música es clásica el lenguaje es postmoderno.

Llamo a mi hermano. Está en la peluquería y se le ha pasado la hora, no la ha escuchado. Me dice que me llama en un rato. Me llama. Nos tiramos una hora de reloj hablando de la música y del vídeo. NADIE es capaz de que yo esté una hora hablando por teléfono. Solo Rosalía.

No tengo la capacidad de analizar musicalmente “Berghain”. No soy Jaime Altozano. Puedo tirarme horas analizando el vídeo, ahí tengo un poco más de argumento, pero me da igual, porque lo que sé es lo que me hace sentir. Me hace sentir que estoy en el lado correcto de la historia. Que aquella vez me confundí y no entendí “Malamente” cuando me la pasó mi hermano. Y doy muchísimo las gracias por ser coetáneo de una artista como Rosalía.