Tengo un cariño especial por esos personajes que han sido expulsados del circo que ellos mismos levantaron. Son los juguetes rotos de la sociedad fastfood. Entre ellos mi favorito es Syd Barrett, del que no me he atrevido a escribir en mis anteriores blogs. Pero esta mañana he visto al fin el documental “The Pink Floyd & Syd Barrett Story” que me ha animado a hacerlo. Syd es especial porque, a diferencia de Morrison, Lennon o Hendrix, él sigue vivo; y, a diferencia de gente como Michael Jackson, su único “delito” fue no saber asimilar lo que se le vino encima.
La historia del fundador de Pink Floyd empieza como la de muchos otros juguetes rotos: un hogar herido por la muerte de su padre cuando Syd tenía doce años, algo que lo marcaría de por vida. Posiblemente, esa pérdida le llevó a liberar sus temores a través del arte. Empezó a destacar en su ciudad natal, Cambridge, donde todos recuerdan cómo brillaba por encima de los demás estudiantes del Cambridge High School. Destacaba sobre todo en la pintura, pero también escribía y comenzaba a interesarse por la música. Su amigo Roger Waters, que era dos años mayor que él, se trasladó a Londres, y poco después lo hizo Syd para estudiar arte. Por aquella época, Waters ya tocaba en una banda junto a Richard Wright y Nick Mason, e invitó a Barrett a unirse a ellos.
Su fuerte personalidad y su inmenso talento como compositor lo convirtieron pronto en el líder del grupo. De esa época destaca la genial Golden Hair, que marca la influencia de una música inspirada en el nuevo rock que surgía en las islas. Pero ya empezaban a experimentar tanto musicalmente como en su puesta en escena. Con Interstellar Overdrivecomenzaron a combinar composiciones “ruidosas” y experimentales con proyecciones de diapositivas y juegos de luces, lo que les permitió diferenciarse de muchos otros grupos de jóvenes. Esa experimentación musical era consecuencia de una experimentación personal con las drogas. Todos los Pink Floyd consumían LSD de forma habitual, pero Syd experimentaba un poco más. A través de un amigo con conocimientos de química, probaba nuevos compuestos que, sin duda, le causarían mucho más daño del que podía imaginar.
Con la fama que estaban alcanzando, les llegó la oportunidad de grabar su primer disco, The Piper at the Gates of Dawn. Barrett continuaba su descenso a los infiernos, acrecentado por la fama de la que gozaban en ese momento y que no supo asimilar. Lo llevó a incrementar su distanciamiento con la cordura. Durante ese año 67, Barrett estuvo más de dos meses sin ningún contacto con sus compañeros. Debió excederse en su excentricidad —o drogadicción— porque, según sus compañeros, a su regreso ninguno reconoció al Barrett que había sido. “Tenía los ojos vacíos, como si mirara al infinito”, afirmaba Roger Waters.
Tras ese aislamiento, se precipitó el principio del fin. Durante un ensayo para el show de Pat Boone en televisión, Syd no fue capaz de grabar ni una sola toma. “Durante el ensayo tocaba la guitarra y sonreía, pero al oír ‘acción’, se quedaba inerte”, explicaba Waters, que en ese momento se dio cuenta de que no había marcha atrás. El resto del grupo pensó que, incorporando a un amigo de Syd, David Gilmour, mejorarían la situación. Gilmour tocaría y cantaría las canciones de Syd, y éste haría lo que pudiera. Pero esa situación desembocó en que lo convencieran para permanecer exclusivamente como compositor, esperando que mejorara con su tratamiento y pudiera volver a ser miembro activo del grupo.
Eso nunca llegó a suceder, y Barrett no volvió a componer para Pink Floyd. No obstante, EMI accedió a grabar un álbum en solitario. No fue fácil, pero el nuevo material que había compuesto Barrett era fenomenal. Presentó joyas como Opel o Terrapin, y, teniendo en cuenta que era el creador de una de las mejores bandas que tenían en nómina, acabaron por ceder. Fueron unas sesiones de grabación ejemplares, en las que Syd dio muestras de estar recuperado de sus problemas mentales. Esas sesiones dieron como resultado el álbum The Madcap Laughs, lanzado en enero de 1970, para mí una muestra inequívoca del talento de Barrett como compositor.
Como era de esperar, la vuelta de Barrett generó mucha expectación en el star system. Todos esperaban que esa recuperación que mostraba Barrett fuera definitiva. No en vano, seguía componiendo muy activamente, tanto es así que, ya en febrero, acudía al estudio para grabar el segundo álbum. No obstante, las sesiones se fueron diseminando hasta junio del mismo año, por lo que el lanzamiento de Barrett se prolongó hasta noviembre. Ese fue el canto del cisne de Syd Barrett.
A principios de 1971 presentó varios temas para un nuevo disco, pero durante una actuación para presentar Barrett interrumpió la interpretación de Gigolo Aunt, dejó el escenario y no volvió. Al siguiente concierto no llegó a presentarse, y EMI decidió no arriesgarse de nuevo, dado el carácter impredecible del genio. Desde ese momento, su salud mental fue empeorando, y comenzó un proceso de aislamiento que le acabaría llevando a esconderse en la casa de su infancia, de la que no ha vuelto a salir.
Aún vive allí, sin contacto con nada que le recuerde lo que fue, o lo que pudo ser. Según afirma su sobrino, es una persona estable y feliz que no quiere recordar aquella parte de su pasado.
Esta es la historia de Syd Barrett, un genio devenido en loco.
(Nota del Iván de 2025 que está arreglando enlaces en la mudanza) Desgraciadamente Syd nos dejó en 2006, muy poquito después de que yo publicara este post. Y el término «loco» con el que me refiero a él en la última linea no me representa ahora mismo, 20 años después. Un genio devenido en tormenta me gustaría más.


