Lo que no te mata te hace más fuerte

Hace años, en 2009, escribí aquí que Millennium eran tres libros. Que la historia estaba cerrada. Dije que me daba igual lo que viniera después.

Durante mucho tiempo, cumplí esa promesa.

Al final, como tantos otros, caí. Le di una oportunidad a «Lo que no te mata te hace más fuerte».

Y ahora que lo he terminado, solo puedo pensar en una cosa: qué triste es el capitalismo. Qué fea es la necesidad de seguir exprimiendo a la gallina de los huevos de oro, incluso cuando la gallina, Stieg Larsson, ya no está.

No me malinterpretéis: no voy a decir que David Lagercrantz sea un mal escritor. Estoy seguro de que ha puesto su mejor intención, se nota el esfuerzo en cada página por intentar sonar a Larsson, por capturar la voz de Lisbeth, por recrear la atmósfera de Millennium.

Pero es un esfuerzo inútil. Es una banda tributo tocando las canciones del maestro. Suena parecido, pero no es.

El problema de este libro no es si es bueno o malo. El problema es que existe.

Existe por las razones equivocadas. No existe porque hubiera una historia que necesitara ser contada. Existe porque había un hueco en el mercado que necesitaba ser llenado. Porque los herederos y la editorial sabían que, le pusieran lo que le pusieran dentro, vendería millones.

Y eso, para mí, es una traición.

Me ha costado terminarlo. Y eso es lo peor que puedo decir de un libro que lleva «Millennium» en la portada. Me he pasado la lectura sintiéndome… sucio. Como si estuviera participando en esa traición de la que hablo.

Lisbeth no es Lisbeth. Blomkvist no es Blomkvist. Son ecos. Son avatares que se mueven por un escenario que ya conocíamos, pero que ha perdido toda su alma. La trama me ha interesado más bien poco, precisamente porque se siente forzada, innecesaria.

Esto, para mí, es la confirmación. Esta es mi estación de bajada. Ya lo era el tercero, pero esto sella la tumba. No me interesa lo que venga después. El universo de Larsson era perfecto, crudo y real porque era suyo. Esto es un ejercicio de necro-literatura.

Aquí me bajo. Definitivamente.