Superman returns

No sé ni por dónde empezar.

Ayer, por fin, fuimos a ver ‘Superman Returns’. Digo «fuimos» refiriéndome a Laura, mi mujer, y a mí. Para entender esta historia, hay que entender una cosa: los dos somos fans absolutos, casi religiosos, de la duología original de Richard Donner.

Para nuestra generación, la que creció sin internet y casi sin vídeo doméstico, Superman era Christopher Reeve. La cita obligada cada Navidad frente al televisor no era negociable. Era el momento en que veíamos, de verdad, a un hombre volar. Esa película nos hizo creerlo. Era magia. Era LA película de superhéroes. Así que, claro, esperábamos ‘Superman Returns’ como agua de mayo. Veinte años esperando. El regreso del icono. No hablamos durante toda la película. Ni un cruce de miradas. Y al salir, cuando se encendieron las luces, se produjo el cisma. El silencio se rompió y no podíamos estar menos de acuerdo. A ella le ha fascinado. Le ha encantado el homenaje, la fotografía, el tono…A mí me ha horrorizado. Me siento estafado. Es una película preciosa, sí. Bryan Singer rueda con una elegancia innegable, y la banda sonora de John Williams (aunque sea «reutilizada») sigue poniendo la piel de gallina. Pero es un homenaje tan reverencial que se olvida de tener alma propia. Es un museo. Un museo carísimo y muy bonito, pero muerto. Y el guión… ¿De verdad hemos esperado veinte años para esto? ¿Un Superman que se dedica a espiar a Lois Lane? ¿Un niño (sin espoliers pero WTF)? ¿Otra vez la maldita trama inmobiliaria con kriptonita? Brandon Routh lo hace genial, de verdad. Su parecido con Reeve es asombroso y clava esa mezcla de inocencia y poder. El problema no es él. El problema es que no le dan nada que hacer. Ni siquiera el genial Lex Luthor de Kevin Spacey (que roba cada escena en la que sale, es lo único salvable) puede levantar un guion que parece escrito en 1985 y que alguien se encontró en un cajón. Es lento, es aburrido, no tiene conflicto. Como leí en algún sitio, y no puedo estar más de acuerdo: «Superman encontró su kriptonita, y se llama Bryan Singer». Lo peor no es salir decepcionado del cine. Lo peor es llegar a casa y seguir discutiendo. Laura defiende el romanticismo de la película, la carta de amor de Singer al original. Yo defiendo que una carta de amor está muy bien, pero esto es una película de 200 millones de dólares en 2006, no un ‘fan film’. No sé. Me ha dejado un poso amarguísimo. Quería quererla, de verdad. Pero no he podido.