Hay que leer la cifra varias veces para procesarla: mil seiscientos cincuenta millones de dólares.
1.650.000.000 $.
Google, la empresa del «Don’t Be Evil», acaba de comprar YouTube.
Es, sin duda, la noticia tecnológica del año, y quizás de la década. La pregunta no es si la cifra es una locura (que lo parece), sino qué significa esto para el futuro de Internet.
Seamos sinceros: Google ya tenía un servicio de vídeo. Se llama Google Video. Y, seamos sinceros también, es un desastre. Es lento, es feo, su interfaz es confusa y, lo más importante, nadie lo usa. La comunidad, el «factor cool», la facilidad para compartir y, sobre todo, para embeber vídeos en nuestros blogs… todo eso lo tenía YouTube.
Google no ha comprado una tecnología. Google ha comprado a la audiencia. Ha comprado el verbo. Ya no «cuelgas un vídeo en Internet»; «cuelgas un YouTube».
Pero esta compra es una moneda con dos caras.
Por un lado, es la legitimación absoluta del «contenido generado por el usuario». El vídeo online deja de ser un experimento de cuatro frikis para convertirse, oficialmente, en el pilar central de la nueva web. Google tiene el dinero y la infraestructura para que YouTube no se caiga cada dos por tres y para que la calidad de vídeo (admitámoslo, bastante pobre) empiece a mejorar.
Por el otro lado, Google acaba de comprar la mayor bomba de relojería legal de la historia de Internet.
¿Somos conscientes de que el 90% del contenido más popular de YouTube viola flagrantemente todas las leyes de copyright habidas y por haber? Videoclips enteros, capítulos de series, trozos de películas, combates de pressing catch… Los departamentos legales de Viacom, Universal, Warner y la RIAA deben estar ahora mismo descorchando champán.
¿Cuál es el plan de Google? ¿Empezar a borrar vídeos en masa y cargarse la comunidad que acaban de comprar? ¿O usar su montaña de dinero para llegar a acuerdos millonarios con todas las productoras y discográficas del planeta?
Me inclino por lo segundo. Google sabe hacer una cosa mejor que nadie: poner anuncios. Y ahora mismo, tienen el inventario de vídeos más grande del mundo para ponerlos.
No sé si Google ha comprado un problema de 1.650 millones de dólares o si acaba de comprar el futuro de la televisión. Lo que está claro es que la era del vídeo amateur ha terminado. Hoy empieza la era del vídeo corporativo… aunque lo sigamos subiendo nosotros desde casa.


