Casino Royale. Craig es BOND.

No quiero discutir. De verdad que no. Pero estoy a punto de perder una amistad por culpa de una película.

Soy fan de James Bond. Fan de verlas todas, de saberme los diálogos, de tener mi ranking personal. Y mi amigo David, que es tan fan o más que yo, me ha amenazado con bloquearme en el Messenger.

¿La razón de esta crisis diplomática?

Me he atrevido a decir, en voz alta, que Daniel Craig es el mejor James Bond que ha existido.

La herejía. La blasfemia. David, que es un clásico, casi sufre un síncope. «¿Pero tú has visto a Sean Connery? ¿Has visto ‘Goldfinger’? ¡Bond es elegante! ¡Es un gentleman! ¡No un matón de discoteca!».

Y tiene razón. En parte.

Sean Connery siempre será el icono. Él es James Bond. Pero seamos sinceros: ¿en qué se había convertido Bond? Vengo de ‘Muere Otro Día’. Vengo de coches invisibles, de surfear tsunamis con CGI, de cameos de Madonna y de pistolas doradas. Vengo de la parodia. Pierce Brosnan, que empezó genial, acabó siendo una caricatura de Roger Moore.

Necesitábamos esto. Necesitábamos quemar la fórmula.

‘Casino Royale’ no es una película de Bond. Es una película de James Bond. Es el «Año Uno» del personaje. Es la primera vez en cuarenta años que vemos a Bond… sangrar.

Daniel Craig no es elegante. Es brutal. Es un «instrumento contundente». No es un gentleman, es un asesino con licencia. Y es perfecto.

La secuencia de parkour en Madagascar. No hay gadgets, no hay un coche con misiles. Hay un tipo persiguiendo a otro a pie, corriendo, sudando, atravesando paredes de pladur a cabezazos. Es visceral. Es creíble.

Este Bond comete errores. Este Bond se enamora (¡de verdad!) de Vesper Lynd. Este Bond es vulnerable. La escena de la tortura… ¡la escena de la tortura! Hacía décadas que no sentíamos que Bond estuviera en peligro real. Este tío sufre.

Y luego, cuando ya lo has aceptado como un matón sin corazón, va y le rompen el corazón.

Claro que Connery era genial. Pero su Bond era un producto de los 60. Craig es el Bond de la era post-‘Bourne’. Es el Bond que necesitamos ahora. Es, me atrevo a decir, el Bond más cercano al que Ian Fleming escribió en las novelas originales: un cabrón cínico, violento y con el corazón roto.

David no me lo perdona. Dice que he traicionado el legado. Yo creo que Martin Campbell y Daniel Craig acaban de salvarlo.

Y esa última escena. Ese plano final. El traje perfecto (ahora sí), la ametralladora, el teléfono en la mano y esa frase: «Me llamo Bond. James Bond».

Se me ponen los pelos de punta solo de escribirlo.

Perderé un amigo, pero he ganado una película. El mejor Bond. Ya lo he dicho.