¿Os acordáis de aquella entrada que escribí en 2006 quejándome del abuso de los botones «glossy»? Yo tampoco, no os culpo. Aquella orgía de reflejos, brillos y botones que parecían caramelos a punto de derretirse. Parecía que si una web no brillaba, no era «Web 2.0».
Pues bien, parece que, por fin, la resaca de tanto brillo está dando paso a la sobriedad. Estamos entrando en la era del minimalismo.
Y el mayor ejemplo, el que lo está cambiando todo, es el nuevo rediseño de Facebook.
Llevan meses probándolo, pero el layout que se está imponiendo es una declaración de intenciones. Atrás quedaron los experimentos y las interfaces recargadas. El nuevo Facebook es azul y blanco. Cajas limpias. Columnas definidas. Y, sobre todo, espacio en blanco. Mucho espacio en blanco.
Lo que estamos viendo no es una simple «limpieza». Es un cambio de paradigma. Es la madurez del diseño web. Es la aplicación, por fin, de principios que el diseño gráfico y el arte llevan un siglo defendiendo.
Mies van der Rohe y su «Menos es más». Los principios de la Bauhaus, donde la forma sigue implacablemente a la función. Durante años, el diseño web ha vivido en un estado de horror vacui, un miedo atroz al vacío. Había que rellenar cada píxel con un degradado, una sombra paralela o una textura.
Ahora, parece que hemos entendido que el espacio en blanco no es «espacio vacío»; es un elemento activo del diseño. Es el que permite que el contenido respire, el que guía el ojo del usuario, el que crea jerarquía y orden. Es el silencio entre las notas que permite que la música exista.
El nuevo Facebook ha entendido que su producto no es el «brilli-brilli». Su producto es la información, la conexión, el scroll infinito. Y para que eso funcione, la interfaz debe ser invisible. Debe quitarse de en medio.
Estamos pasando de un diseño de «decoración» (vender la plataforma) a un diseño de «función» (usar la plataforma). Y es un alivio. El diseño vuelve a ser un mapa para movernos por la información, no un cuadro barroco que nos impide ver el camino.


